SUEÑO CON SER EL NUEVO KEROUAC

Vengo fumándome mi propio aliento en el barbijo, me lavé la jeta a la mañana antes de salir de casa y el caramelo Alka de menta y cherry ya se disolvió, sólo queda el recuerdo de ese sabor. Son casi las ocho de la noche y el viento refresca en este día de verano que agobia. En realidad es primavera aún, pero ya no soporto ni el calor ni el vapor subiéndome por las ojotas. Recién me crucé con una amiga y me invitó a fumar un porro, un rico prensado, y me colgué pensando en el texto que salió en este blog la semana pasada, ese que salió sin firma pero que yo sé muy bien de quién es, porque es una conversación que tenemos siempre que nos vemos. No sabemos si hablar de lo que hablamos tiene algún sentido, vivimos en una eterna contradicción: sabemos que Internet y las redes sociales bien utilizadas son de las mejores herramientas digitales que existen, pero como en todos los casos, el problema yace en su adicción y en nuestra relación con ellas.

A lo largo de la historia, la falta de acceso a la información nos condenó a vivir ignorantes de la verdad, y hoy el exceso de información nos sigue manteniendo ignorantes y sin saber cuál es la verdad. Ahora hay miles de verdades, que son las que el algoritmo nos dice... reafirma una y otra vez nuestra verdad, aunque sea falsa o falaz. Siempre pensé que todo esto era nuestra culpa, hasta que me di cuenta que las corporaciones lo planearon todo. No quiero entrar en un plano conspiranóico, quiero ser más simplista, como dijo el gran Pepe Mujica: "No comprás con plata. Comprás con el tiempo de tu vida que gastás para conseguirla.

Nuestro tiempo vale, y mucho, y se lo estamos regalando a una empresa que le cobra a otra para vendérselo.

Hablando con mi amiga sobre lo que más extraño de la vieja realidad, mi respuesta siempre es la misma: los recitales, las charlas en la previa de amores, arte y revolución, esas charlas en las que hablamos sobre cambiar el mundo porque, más allá de toda diferencia, queremos lo mismo, sólo hace falta ponernos de acuerdo. Extraño agarrar una botella de la basura, cortarla, enjuagar y preparar el trago para la noche ahí: vino, fernet, vodka. Claro, eso cuando no es cerveza... Extraño estar en el fondo del lugar bailando con un trago en la mano, extraño meterme al pogo y exorcizar todos mis demonios entre sudores ajenos y propios, extraño el bajón de la vuelta en alguna parada de bondi del conurbano con mis amigos, todos con el alma acomodada por el Rock. Pero, ¿saben qué es lo que más extraño? A Don Lunfardo y el Señor Otario, esas noches de locura, ese recital en Abbey Road de Mar del Plata que la pepa nos hizo un nudo en el pecho, la noche que el zurdo se cortó el dedo y su sangre nos alimentó y pegó peor que nunca, o la noche que la perla brilló en su lugar y el Chino salió a cantar con una remera que yo estampé, o la helada en Córdoba el día que casi muero en ese hostel, o la noche en San Justo que me hice dueño del pogo, misma noche en que el sanjuanino perdió su virginidad lunfarda. O las enseñanzas, pero no de Don Juan, sino las del Lunfardo Universal, los primeros Circus y su oeste agitado, o los dobletes de la muerte (no hay cuerpo que aguante), o esas noches interminables en LP, o en Escobar el día que más de seiscientos lunfas copamos el Sportivo (y el 95% había viajado desde otros lugares), o ese martes que festejaron los veinte años en un boliche y deliramos de sudor y gloria, una gran despedida donde el tiempo no transcurría porque lo teníamos atado con una pepa en la lengua, y el ácido golpeaba las glándulas como una ensalada avinagrada.

Como verán, extraño lo analógico, todo eso que es 3D y que podemos tocar, los libros leídos en los trenes cuando no teníamos donde ir porque el viaje o el camino siempre son el mejor lugar, esos besos que nos hacen salir a yugarla (en este día y cada día), escribir esos textos que no deberían ser leídos, tecleando letras buscando un sentido a todo esto. Tal vez me fui por las ramas, pero me gusta dejarme llevar como los músicos de Jazz que escuchaba Jack en los subsuelos de la Nueva York de los años 50, quiero ordenar letras con total espontaneidad, sin ningún límite, ni regla, ni fórmula, quiero ser libre, como Jack cuando hacía autostop y vagaba por este mundo en busca de las verdades universales, quiero que el mundo deje las poses y tome pusturas de vida, QUE DEJEN LA EMPATÍA SINTÉTICA, ESA QUE APARENTA PONERNOS EN EL LUGAR DEL OTRO SIN HACEN NADA PARA CAMBIAR LA REALIDAD, MÁS PARECIDA A LA LÁSTIMA QUE A LA EMPATÍA, QUIERO QUE ABANDONEMOS UN POCO LAS REDES Y QUE DEJEMOS DE SEGUIR FIGURAS QUE NOS MUESTRAN UNA VIDA QUE NUNCA VAMOS A TENER, Y QUE NI NOS REPRESENTA, PORQUE A MI NO ME PREPRESENTA UN INFLUENCIADOR EN SU CAJITA DE CRISTAL EN ALGÚN DEPARTAMENTO DE LA CAPITAL, PORQUE CUANDO MIRO POR MI VENTANA SÓLO VEO BARRO Y MÁS BARRO.

Tenemos en nuestras manos (hoy más literal que nunca) una herramienta que lo puede cambiar todo, y en lugar de eso elegimos que sea nuestro grillete que nos esclaviza a seguir buscando algo que no queremos. Es la oportunidad de ser como Jack, y no debemos desperdiciarla.

ElManijaPaciente

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