CUARENTENA DÍA MIL


Me despierta el gato llorando porque quiere salir. Eso es lo peor del invierno. Generalmente queda todo abierto para que él haga y deshaga a su antojo. Aunque sea demasiado temprano trato de quedarme despierto. Tomar unos mates en la cocina, prender las hornallas para calentarme las manos, desayunar. Busco y no hay nada para comer. Encuentro medio faso de ayer: la mañana siempre va a ser el mejor momento del día para fumar uno.

En cambio, hay otras mañanas en que no logro levantarme y el frío me devuelve a la cama. Unos días atrás me desperté un poco sobresaltado, afuera llovía y el guachin no había vuelto de su excursión matutina. Por suerte fueron sólo unos segundos de confusión hasta que vi que sí había vuelto, y que dormía al lado de mi almohada. Decidí ignorar por un rato sus huellas impresas con barro en el acolchado blanco.

Me gusta sentir el calor del sol en invierno. Me hace acordar a esa sensación que te invade el pecho los primeros días de un viaje. Sí. Despertarte, salir de la carpa, poner la pava porque sos el primero que se levantó. En ese momento pareciera haber algo flotando en el aire. Algo más que la convicción de que no tenés nada que hacer. Algo más que el viento, las montañas, el río. Algo más que los restos del fuego de ayer.

El despertar es gris y en cuna con barrotes, siento remolonear en sábanas de escombro

A la cuarentena le sientan mejor los días de lluvia que los días lindos. Más de una vez me ha molestado levantar la persiana y ver un sol radiante, a pesar de lo que dije algunas líneas atrás. Es que así dan ganas de salir. Si hace frío y está nublado, es cuestión de poner la pava y disfrutar el encierro sin culpa.

Esa mañana que no advertí a mi gato durmiendo al lado de mi almohada fue una linda mañana. Lloviznaba. Le limpié las patas, saqué el acolchado y volví a la cama. Nos quedamos charlando un rato. Me asusté un poquito, le dije, no te había visto. No me dijo nada. Normalmente no me dice nada más que abrime la puerta que me estoy meando, o dame un poco de tu atún. Le confesé que me gustaba despertarme y encontrarlo en mi cama. Hace unos días que vengo intentando que duerma en su lugarcito. Y lo hace. Pero cuando se levanta se viene a acostar conmigo. Me parece bien. Además, me ayuda a no extrañarla, a no pensar lo hermosa que está la mañana como para que esté durmiendo conmigo. Los besos más lindos, los abrazos más tiernos, las palabras más dulces. La espera infinita.

En general, las cosas me salen más o menos bien. Pero nunca taaaaaan bien. Algo raro tenía que haber. Me tomo un mate. y pienso: cierto, una pandemia.

Perdón, guachin, me distraje. ¿Sabés qué me preocupa? Que estas nuevas formas de producción artística, breves y escuetas como este texto, se conviertan en las formas de producción artísticas establecidas. Si es que no lo son ya. Me gustan los argumentos que leo en defensa de las redes sociales como medio de propagación de la palabra. Me preocupa un poco que el espacio sea tan acotado, y que los caracteres estén tan limitados. ¿No habrá entonces que buscar otros medios de propagación de la palabra poética en donde la brevedad sea una decisión artística, estética y/o estilística, y no una condición?

Mi atención sobre un mismo dura cuestión de segundos. Enseguida me distraigo. Pienso que estaría bueno llevar un registro minucioso del trabajo de la editorial. También que debería terminar de editar la revista. Que debería lavar las ollas que están sucias hace días. O ver si el gato volvió, porque otra vez llueve y no da que ande tomando frío. O cambiar las lamparitas que no andan. 

Probablemente no haga nada de eso. Si hay algo con lo que no va a poder la cuarentena es con mis domingos.

Comentarios

Entradas populares